Buenas tardes y, en nombre de Adela, muchas gracias a todos por acompañarla en un momento tan especial e importante como es esta exposición en Alemania, un país tan querido para ella y el lugar donde capturó la emoción y la belleza que en esta ocasión plasma en sus fotografías de la serie ‘Nunca más en la noche y en la niebla’.
Cuando Adela me pidió que hiciera esta presentación, me sentí muy honrado y muy contento. Tanto que, como le dije a ella, hubiera estado dispuesto hasta a hacerla en alemán, aunque no lo hable; el esfuerzo me hubiera merecido la pena. Afortunadamente para bien de todos los asistentes eso no ha sido necesario. Todos me lo agradecerán y muy especialmente los alemanes que hoy nos acompañan.
Para empezar creo que es necesario decir que conozco a Adela desde hace más de treinta años y eso me permite saber que su vitalidad y su talento continuarán sorprendiéndome en el futuro tanto como lo han hecho a lo largo de todo este tiempo.
Lo que hoy nos convoca aquí es su creatividad y su capacidad de expresar, su especial forma de mirar el mundo, la realidad que le emociona y lo que siente como artista; pero no me puedo resistir a hablar de ella como persona. Ya los antiguos griegos consideraban que el arte es la esencia del ser humano por esto no se puede hablar del artista sin atender a su personalidad.
Todos sabemos que el color fue un elemento determinante en la vida de Adela desde su infancia. Ella nos ha contado que una larga convalecencia cuando era niña y una gran caja de lápices de colores que le regaló su tío Javier se aliaron para dar cauce a la imaginación, la sensibilidad y el talento con los que sus padres la pusieron en este mundo y conformaron el embrión de esa esencia de su persona que es su arte.
Los colores que ella, en su mundo interno, asoció a conceptos y sentimientos sustentaron su código de comunicación con el mundo que ha venido expresando siempre a través de múltiples lenguajes. Sus lienzos, sus cartones, sus maderas marinas, sus fotografías y hasta sus textos son expresiones a través del color que Adela no sólo sabe convertir en emoción sino también en sugerencia, despertando sensaciones en el observador que lo contempla, cerrando así el ciclo que toda manifestación artística pretende cumplir.
Adela hace bien al definirse como artista en el concepto amplio del término. Y como tal, lleva en su ADN un exhibicionismo que la obliga a exponer la intimidad de sus sentimientos al público. Es el proceso más delicado y tortuoso del aspecto humano del artista, en el que compromete a fondo su piel y su alma. Y también como artista posee una capacidad de seducción que permanentemente busca emocionarnos y atraernos, lo cual también consigue con sus obras.
En la obra de Adela apreciamos mucho de todo esto, expresado con más o con menos confianza, según su momento, pero siempre rebosando honestidad, entrega, generosidad, pasión y amor.
Adela nunca se ha conformado con los cauces que la vida le ofrecía para transmitir su universo. Ser hija, hermana, madre, esposa, amante, amiga, maestra o experta en “pintar el demonio”, como ella diría, no era suficiente. Por eso un día eclosionó, como bien definió el escritor Antonio Altarriba. Pero no porque hubiera terminado de absorber sino porque tiene tanto que contar que rebosaba y no quiso que todo lo que llevaba dentro estuviera nunca más oculto en la noche y en la niebla.
Su inicio en la pintura fue espontáneo y natural, como lo es para el niño el comenzar a andar. Posiblemente fue el resultado de haber atravesado momentos personales intensos, que le hicieron sentir la necesidad de desahogar sus emociones. Una necesidad imperiosa de salir adelante en la que la pintura le servía de drenaje y de bálsamo espiritual.
Su obra, resultado de una formación autodidacta, ha bebido en todos aquellos autores y movimientos artísticos con los que se identifica y conecta. Su técnica ha evolucionado sorprendentemente bien como resultado del enorme esfuerzo y dedicación que Adela imprime a todo lo que hace.
Creo que era inevitable su atracción por Gerhard Richter, posiblemente el mejor pintor alemán después de la segunda guerra mundial. Richter tras unos inicios en el pop art en los que trabajaba en composiciones en grises sobre fotografía en blanco y negro, descubrió el color como el elemento desnudo y el material esencial en su pintura. Era lógico que el mundo de color de Adela, que por entonces buscaba cómo materializarse, encontrara en Richter el paradigma de la expresión. Su técnica de pincelada enérgica y a la vez suelta y ligera sobre la superficie del lienzo era el código que Adela necesitaba para comunicar.
Pero la sensualidad de Adela necesitaba también de otras texturas, y su conciencia social, su interés por el mundo que la rodea, buscaba dar cauce a otros temas. Y aparecieron los cartones donde el color es, por supuesto, el código de comunicación complementado con collage, veladuras y guiños muy directos al ojo del observador para despertar su complicidad. Como, a veces, también pretenden hacer sus fotografías, que arrastran a un divertido juego de seducción muy marcado por su femineidad.
En mi opinión, otra faceta, la de la “Adela madre” se nos muestra en su maderas desgarradas y moldeadas por el mar. Un elemento sustancial para ella, sin el que nuestra Adela no sería como es. Unas maderas recogidas por ella para amarlas, sanarlas y darles una nueva vida.
Pero también, las fotografías que hoy vemos en esta exposición nos descubren una nueva forma de mirar en ella. La de la “Adela impresionista” que me recuerda a Mary Cassatt, una pintora impresionista norteamericana, todo un carácter y avanzada para su época (como Adela), que vivió en Europa (también en Alemania) a caballo entre los siglos XIX y XX. Feminista, luchadora, reivindicadora de la igualdad de oportunidades y muy orgullosa de los valores que la mujer representa en la familia y en la estabilidad social, y que encontró en el viaje la mejor lección para aprender.
Es curioso, porque todas estas similitudes son puramente casuales y, muy posiblemente, Adela ni siquiera las conozca, pero yo no puedo dejar de apreciar en “Nunca más en la noche y en la niebla” la luz, el color, la confianza y la paz que Mary Cassatt plasma en las aguas y los patos de sus obras, a pesar de haber sido trabajados en otro soporte y con un siglo de diferencia.
Seguro que Cassatt también encontraba en sus escenas de estanques y patos la ternura, la placidez, el amor de los seres queridos y el extraordinario valor de lo cotidiano que Adela nos dice que siente con este su nuevo trabajo.
Adela, fiel aquí al impresionismo, plasma la luz y juega con la impresión visual del observador sobre la realidad y, en un vertiginoso salto, nos sitúa ante la abstracción y desencadena nuestra capacidad de imaginar y evocar otras formas, otras realidades, todas las sensaciones al observar sus fotografías.
Como decía al principio, creo que Adela nos seguirá sorprendiendo porque las artistas extraordinarias nunca creen haber colmado su necesidad de expresarse. Siempre tendrá algo más que añadir, algo más que buscar, una visión diferente; en definitiva, otra forma de contarnos su intimidad compartirla generosamente con nosotros y siempre conseguir seducirnos.
Evelio Acebedo
Director Gerente Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid