Al contrario de lo que se piensa, una tabla de surf no absorbe el azul del mar sino que refleja el del cielo. Espejo, más que plataforma, acoge en su pulida superficie el viaje de la luz y la deriva de las nubes. El buen surfista sabe que su tabla no surca. Vuela. Su ballet sobre las olas no es navegación sino elevación hacia las alturas. Aspiración más que impulso. Con los brazos abiertos para el despegue el surfista es más Ícaro que Tritón. Y eso es lo que Adela ha pintado aquí, el firmamento en todos sus estados, desde el azul pálido del amanecer hasta el intenso de la noche… Y el relámpago resquebrajado de las tormentas… Y el destello tornasolado de las estrellas…
Antonio Altarriba
Premio Nacional de Cómic 2010